A obra libertadora de Cristo (mons. Romero)

El segundo mensaje de hoy es que este Cristo se presente con su gran obra liberadora. Yo quisiera aclarar mucho esta palabra: La liberación. Muchos le tienen miedo a esa palabra. Muchos también abusan de esa palabra. Pues ni miedo ni abuso, la verdad es que liberación es una palabra bíblica y quiere expresar toda la obra salvadora del Señor a partir del pecado. La primera liberación que Cristo anuncia y que en la segunda lectura de hoy [Gl 3,26-29] San Pablo nos describe maravillosamente, es que Cristo ha venido a derribar el pecado y que por el bautismo que lava el pecado de los hombres y por la penitencia que los convierte de nuevo si se han apartado de él, un hombre se incorpora a Cristo y se hace hombre de nuevo.

Un hombre nuevo, esta es la obra liberadora. Hacer hombres nuevos, hombres que se despeguen del pecado, hombres que echen afuera sus egoísmos, sus idolatrías, sus soberbias, sus orgullos y se hagan humildes seguidores de Cristo el Señor. Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Esta es la obra de Cristo, llamar a todos los hombres sin discriminación. Y San Pablo ha dicho, esa discriminación ya no cuenta en el cristianismo: “Ya no hay distinción entre judíos y no judíos, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Ya no hay clases sociales para el cristianismo. Ya no hay discriminación de razas. Por eso el cristianismo también choca, porque tiene que predicar esta obra liberadora de proclamar a todos los hombres iguales en Cristo Jesús. Renovación interior del corazón, esto es lo que hace a todos los hombres iguales: Renovarnos. Mientras no hay hombre nuevo, hay orgullo, hay discriminación. Ricos y pobres, cuando se convierten de verdad y se lavan por dentro con este bautismo de Cristo y creen de verdad en el Señor, ya no se distinguen el rico y el pobre, porque sólo hay un sentimiento de fraternidad en Cristo Jesús. No hay superior e inferior, porque uno y otro saben que no son nada en el orden de la gracia sin Cristo el redentor. Sólo hay un grande, Cristo que nos redime. Sólo hay un liberador.

Y por eso, hermanos, aquí también la distinción muy prudente, en nuestro tiempo, entre las falsas y verdaderas liberaciones. Esto es muy importante. Cómo se ha perseguido a la Iglesia confundiendo su mensaje con el mensaje de la subversión, de algo que estorba en el país. La Iglesia predica esta liberación en Cristo Jesús. La Iglesia promueve la dignidad del campesino, la dignidad del obrero. Promueve la dignidad del hombre humillado en esta situación en que se vive en el país, como si alguien no fuera hombre. Si es que hay vidas entre nuestros hermanos verdaderamente infrahumanas. Y la Iglesia predica la liberación de esa gente, precisamente a partir de desterrar el pecado, de denunciar la injusticia, el abuso, el atropello y decirles a todos los hombres que somos hijos de Dios, que hemos sido bautizados por Cristo.

Una liberación que pone en el corazón del hombre la esperanza: La esperanza de un paraíso que no se da en esta tierra. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia no puede buscar solamente liberaciones de carácter temporal. La Iglesia no quiere hacer libre al pobre haciéndolo que tenga, sino haciéndolo que sea. Que sea más, que se promueva. A la Iglesia poco le interesa el tener más o el tener menos. Lo que interesa es que el que tiene o no tiene, se promueva y sea verdaderamente un hombre, un hijo de Dios. Que valga, no por lo que tiene, sino por lo que es. Esta es la dignidad humana que la Iglesia predica.

Una esperanza en el corazón del hombre que le dice: Cuando termine tu vida, tendrás participación en el reino de los cielos. Aquí no esperes un paraíso perfecto, pero existirá en la medida en que tú trabajes en esta tierra por un mundo más justo, en que trates de ser más hermano de tus hermanos; así será también tu premio en la eternidad, pero en esta tierra no existe ese paraíso. Aquí la diferencia es entre el comunismo, que no cree en ese cielo ni en ese Dios, y la Iglesia, que promueve con una esperanza de ese cielo y de ese Dios.