“No sólo trabajar sin Dios, ni sólo orar sin trabajar”
Nada hay imposible a la oración; y si todo este pueblo cristiano de la arquidiócesis tomara la actitud de María frente a Cristo, y Cristo nos dijera como dijo a Marta: “No te preocupes de demasiadas cosas; sólo una cosa es necesaria”. ¿Cuál es esa cosa necesaria? Es la que ya se vislumbra siglos antes de Cristo, con la que termina la primera lectura de hoy que nos ha descrito, como transfigurando a Dios en unos hombres que visitan a Abraham; y Abraham objeto dichoso de esta teofanía, está frente a Dios y tiene la oportunidad de dar acogida a Dios y le sirve de los temeros de su cavada; y le da todo lo que puede dar un hombre generoso a un amigo que llega a visitarlo. El Hebrón, allá en Palestina, tiene un nombre en honor a Abraham; aquel pueblo se llama El Kalil, que quiere decir “el amigo”. No se puede dar a un hombre nombre más honroso que ese que se ha dado a Abraham: “el amigo de Dios, el que trataba con Dios como con un amigo, hombre de oración.
¿Por qué no nos proponemos todos, los que estamos haciendo esta reflexión, también, ganar un poquito de ese título: amigos de Dios? Pero cuando termina ese interesante encuentro de Dios con Abraham, como amigos que comen juntos, que comparten juntos, la frase termina diciendo: “… dile a Sara que dentro de un año, cuando retorne, le habrá nacido un hijo”. Esta es la esencia de ese mensaje de la primera lectura. Porque ese hijo de Abraham ya anciano, y de Sara estéril y vieja, es el hijo de la promesa. De allí va a nacer un pueblo que tendrá el honor, en la historia, de ser el vehículo de sangre que va a dar a luz al Redentor de los hombres. Jesús es descendiente de Abraham, ¡qué honor, el Hijo de Dios es descendiente de un anciano y de una estéril!
Este es el gran prodigio, el gran designio de Dios. Nada hay imposible para el Señor, le dice también el ángel a Maria, hablándole de otra esterilidad que se hace fecunda: Elizabeth, madre de Juan Bautista. Y San Pablo, en la lectura de hoy, nos describe lo único necesario: el misterio de Cristo, misterio escondido en Dios que se ha revelado a los hombres. Y dichoso aquél que llega a comprender que Dios se hizo hombre para salvar a los hombres; y que cada vida humana que se incorpora en esa corriente de redención / y se convierte en Cristo, se diviniza su vida. Porque Dios vino hecho hombre en Cristo, para hacer Dios a toda la humanidad que creyera en él. Esto es lo único necesario.
Por eso, cesando miramos a María extasiado frente a las palabras de Cristo, mientras Marta va y viene por la casa preparándole la comida, y reclama a Jesús: “Mira, mi hermana no me ayuda; dile que vaya a darme una mano”. Jesús defiende a María: -“Marta, Marta, tú te preocupas de muchas cosas, sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la mejor parte, que no se le va a quitar”.
Todo aquél que llega a comprender lo único necesario (Maná, en las Palabras de Cristo está oyendo el designio de Dios, el amor de Dios), es un alma en oración, es un alma contemplativo. Marta es la figura del alma activa. Asi lo han interpretado en todos los siglos, este bello pasaje del evangelio de hoy. Y a la luz de Marta que va y viene, podemos ver a la Iglesia en sus actividades pluriformes. ¡Qué maravilla es la Iglesia! Porque Jesús, al alabar la actitud de María, no está reprobando la actitud de Marta; lo que le está diciendo es: Ojalá toda su actividad proceda también de lo único necesario; porque no basta ser contemplativo, estar rezando, es necesario también trabajar; pero que cuando se va al trabajo, se lleve en el corazón la unidad de todo lo que se va a hacer, una perspectiva de fe que ilumine toda tu acción. Y aquí es, hermanos, donde yo quiero recomendar la necesidad de encontrar ese único necesario, la necesidad de orar.
Yo voy visitando en estos días comunidades preciosas de cristianos, y les aseguro que, a la luz de la Biblia y de la reflexión que allí surge, se levantan plegarias tan bellas que de veras la labor que la Iglesia está haciendo en El Salvador, sobre todo a través de las comunidades pequeñas, no tiene nada de subversivo, no tiene nada de político; v si tiene algo de político, es la gran política del Reino de Dios de despertar en los hombres la conciencia hacia Dios y de Dios hacia todos los hombres. ¡Que oración! ¡Que contemplación! Es necesario orar y trabajar. Pero el trabajo tiene que proceder de la oración. No se pueden disociar.
Todos supieron a través de los medios de comunicación que esta semana, el miércoles, hubo un apagón de muchas horas en New York; y cuando el Alcalde reclama a la compañía eléctrica, la compañía le dice: “Es un poder superior, Dios lo hizo”. Pero el Alcalde le reclama negligencia. Los dos tienen razón. Es como cuando los que prepararon un viaje a la luna dijeron: Técnicamente todo está preparado; ahora sólo nos resta orar; orar y poner en juego todas las energías humanas”.
No sólo trabajar sin Dios, ni sólo orar sin trabajar. “Ora et labora” era el gran lema de San Benito, el fundador de los benedictinos, que no descansan en su vida, orando y trabajando. Aquellos monasterios, donde los monjes parecen abejas hacendosas. No descansan un momento, pero en su corazón siempre están orando. Como María, contemplan lo único necesario; y como Marta, trabajan: van y vienen.
¡Qué hermosa fuera nuestra ciudad, los campos, los pueblos; donde los hombres profesionales, comerciantes, estudiantes, mujeres de hogar, del mercado, todos tuviéramos en el corazón un gran sentido de oración, y al mismo tiempo una honradez en el trabajo, una diligencia!
Mons. Oscar Romero. La oración