trabajar en el presente por un mundo mejor, pero sin olvidar que las pascuas de la historia son imperfectas, que entre los aleluyas de la tierra hay muchos dolores y muchas espinas, que la resurrección que se celebra en la tierra siempre tiene en el centro la cruz del sufrimiento
«Vida quiere decir justicia. Vida quiere decir respeto al hombre. Vida quiere decir santidad. Quiere decir todo ese esfuerzo por ser cada día mejor, porque cada hombre y cada mujer, cada joven, cada niño, vaya sintiendo que su vida es una vocación que Dios le ha dado para hacer presente en el mundo. No sólo la maravilla de la creación es imagen de Dios, sino la maravilla de la redención, que es elevación de la naturaleza, elevación de la sociedad, elevación de la amistad. Esa es la Pascua; y una parroquia que lleva el nombre pascual de la Resurrección tiene que vivir intensamente este sentido comunitario del paso de la muerte a la vida, de la imperfección a lo perfecto, a la santidad cada vez más elevada.
Porque sólo así, queridos hermanos, podemos servirnos de esta Pascua que Cristo nos regala. Y decían las lecturas de hoy que se iban agregando a esa comunidad, porque la veían tan atrayente por el amor. Esta es la fuerza de la Iglesia, queridos hermanos, no la violencia, no el odio, no el resentimiento, no la calumnia. Se está calumniando a la Iglesia en estos momentos en una forma tan burda; y eso no es Iglesia, aun cuando en nombre de la Iglesia se quiera calumniar a la Iglesia, el absurdo de que la Iglesia se destruyera a sí misma. La Iglesia ama, la Iglesia redime, haciéndose violencia a sí misma, hasta quedar como Cristo, tal vez, sacrificado en la cruz pero salvando al mundo con la fuerza del amor, que es entrega y es una fuerza misionera. Atrae al mundo.
Y ojalá que la comunidad parroquial en la cual estamos en este momento sea cada vez una antorcha luminosa que atraiga, que conglutine, que unifique todas las fuerzas maravillosas de la colonia y de la parroquia; porque tenemos que llegar a eso, queridos hermanos. No nos contentemos con una sociedad simplemente humana, con una amistad simplemente de simpatía. Elevémonos al amor que Cristo nos ha inspirado. Por amor a Dios amar a nuestro hermano, aún aquellos que son más difíciles, con quienes menos podemos comprendernos, perdonar, comprenderse, ésta es la fuerza que hace la comunidad de Cristo resucitado.
Y finalmente, un sentido escatológico, es decir un más allá de la historia, un trabajar en el presente por un mundo mejor; pero sin olvidar, como no lo olvidaban los israelitas cuando celebraban sus pascuas, que las pascuas de la historia son imperfectas, que entre los aleluyas de la tierra hay muchos dolores y muchas espinas, que la resurrección que se celebra en la tierra siempre tiene en el centro la cruz del sufrimiento; pero que a través de esas imperfecciones, de esas espinas, de esos dolores, de esos problemas, se abrían a unos horizontes. Los israelitas pensaban en una pascua del banquete perfecto, la alegría con Dios, y Cristo mismo decía: Ya no comeré con vosotros esta pascua hasta que juntos la comamos en el reino del Padre”. Peregrinar con El para que esta fiesta pascual que cada año se celebra en la parroquia sea una invitación a trabajar por hacer este mundo más humano, más cristiano; pero saber que no está el paraíso aquí en la tierra, no dejarnos seducir por los redentores que ofrecen paraísos en la tierra -no existen- sino el más allá con una esperanza muy firme en el corazón: trabajar el presente, sabiendo que el premio de aquella Pascua será en la medida en que aquí hayamos hecho más feliz también la tierra, la familia, lo terrenal.
Este es el equilibrio santo a que la Virgen misma nos invita, y mi documento termina con esta invocación a María: “Nuestro Divino Salvador no defraudará nuestra esperanza. Pongamos por intercesora ante El a la Reina de la Paz, patrona celestial de nuestro pueblo, madre del Resucitado. Que ella ampare a nuestra Iglesia, sacramento de la Pascua. Que como María, la Iglesia viva ese feliz equilibrio de la Pascua de Jesús, que debe marcar el destino de la verdadera salvación del hombre en Cristo: sentirse glorificada ya en los cielos, como imagen y principio de la vida futura y al mismo tiempo, ser aquí en la tierra, luz del peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor”.»
https://servicioskoinonia.org/romero/homilias/C/770417.htm
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